Vacaciones, Vacaciones

Recuerdo la imagen como si fuera ahora mismo, mi padre y mi tío iban a un kiosco (o puede ser agencia de viajes) y de allí salían con una libretita de bolsillo con  todos los apartamentos para el verano, eran fotitos súper chiquitajas, con letras súper enanas al lado donde se explicaban las incontables cualidades de los pisos, al final venía el número de teléfono del propietario.

Eso era todo, fuera de ese librito, no existía nada, salvo familiares que otros años hubieran guardado algún número (en una agenda de papel) o alguien que tuviera un piso en la playa y que te lo alquilara desde el centro peninsular. El que no salía en el librito debería esperarse a que algún viandante viera su cartel de "Se alquila" desde la calle.

La lista también era finita, y era tan sencillo como empezar a leer e ir tachando, este es pequeño, este está lejos de la playa, esta zona no me gusta, y al final, lo que te quedaba sin tachar y no era un precio para morirse… Pues allí se iba uno de vacaciones y ya está. Una vez nos "tangaron" con un piso en primera línea de playa del mar menor, que por aquel entonces no sabíamos que era un barreño en el que nunca te llegaba el agua más arriba de la rodilla, pero mar, si que era.

Otro año cogimos dos apartamentos consecutivos, porque no entraba toda la familia en uno, mi padre, creo que fue el que tuvo la idea, de que fueran bajos, y fue un invento, porque nos pasamos los quince días trepando de un lado a otro, y hasta perdimos la conciencia que entre balcón y balcón había calle. Era tiempos más ingenuos en los que los propietarios no pusieron rejas para evitar a los amantes de lo ajeno, y nosotros no pensamos en la idea de que pudiera haberlas.

Recuerdo otro año, que cuando terminaron las vacaciones, mi padre dejó el dinero del alquiler encima de una mesita en la cocina, cerramos la puerta y nos volvimos para casa. ¡Esto ya no pasa ni de broma!

La gente se perdía llegando a los sitios, y nunca tuvimos una foto satélite del destino, así que era de tradición tardar al menos una hora en encontrar el apartamento en sí, mirando cada uno de los que veíamos con cara de… ¿Será este? Mientras mi padre se bajaba del coche y preguntaba a los transeúntes, las señas que llevaba eran las del señor propietario por teléfono, ni más ni menos. Una vez encontrado, se esperaba pacientemente a que fuera una hora decente para llamar al propietario y que nos trajera las llaves, las rutas se calculaban para uso propio y solamente se podía hacer una estimación, teniendo en cuenta que no había señas concretas y precisas por ningún lado.

Eran tiempos más incómodos, sin millones de opiniones sobre los lugares, ni cientos de páginas donde ver pisos, sin inmobiliarias y sin fotos satélites. Pero tenías la sensación de la aventura y de que las vacaciones, que al fin y al cabo son para hacer cosas diferentes, empezaban desde el mismo momento que comprabas aquella libretita de bolsillo con los apartamentos.

Saludos
Yo Misma

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