Los mensajes que no llegan

Ayer cené como un cuarto de tarta, de una que en un principio era de 18 raciones, vamos, una salvajada. Era la solución perfecta, por un lado solucionaba la cena, rápido y sin tener que pensar mucho, y por otro, evitaba que se pusiera mala y hubiera que tirarla, cosa que no era precisamente lo correcto cuando para conseguirla tuve que suplicar a mi maravillosa madre, con razonamientos del tipo: “Si eres tan buena madre, ¿cómo no le vas a dar a tu primogénita un pedacito de tarta del día de la Madre?

Al día siguiente la pobre se disculpó por teléfono porque según ella me había puesto muy poca, le dije que aún no había comido nada y que no la había mirado siquiera, noté que estaba un pelín ofendidilla, así que digamos que ayer, era el último momento en que me podía comer el trozo de pastel, sin sufrir una intoxicación y sin tener que tirarlo.

Todo fue genial, con su natita, sus almendritas, su cremita, pero cuando me quedaba un pedacín, hice una pausa, me eché un cigarro y ya no pude continuar, empezaron los cargos de conciencia e incluso me imaginé a aquellos muñequitos que salían en Erase una vez el cuerpo humano, con sus diminutos taladros rompiéndome los dientes por tanto azúcar.

El plato se quedó allí, y allí ha continuado esta mañana cuando me he levantado, la puerta de salón abierta, el plato a un lado de la mesa, porque incluso anoche le hice una foto para colgarla en el blog y que os diera envidia, por supuesto de las sobras.

En un momento me he sentido extrañamente sola en la cocina con mi café y se me ha ocurrido ir a buscar al cánido que normalmente me mira con cara de pena por las mañanas, más amodorrada que cualquier otra cosa, demasiado silencio…

La he pillado con las manos en la masa, o mejor con las pezuñas en la mesita del salón, la he regañado y se ha ido corriendillo para su cojín, totalmente castigada, yo la miraba y le regañaba y ella me miraba súper seria mientras se relamía aún la nata...

Me da que esta vez, por muy seria que me hubiera puesto, no había manera de hacerle ver al perrillo que eso era tan, tan malo, que no merecía la pena volver a hacerlo.

La nata lo cambia todo… :S

Saludos,
YoMisma

1 comentarios:

karloskartoons.com dijo...

jijiji, k gran historia, el que no haya tenido una noche tonta de atracon de dulces que levante el pubis!!